5.2.08

PALABRAS

Nos hacían leer bastante en la educación media en aquellos tiempos. Como esto estaba en mis cuerdas, cumplí todo el listado de obras del programa y seguí de largo, hasta hoy. De aquellos años recuerdo en particular la generación del 98 en España, de escritores que decían “me duele España”. Escritores del detalle, de la cosa pequeña, de la anécdota cotidiana pero significativa: Azorín. Escritores que escudriñaban las palabras, establecían su árbol genealógico, hurgaban sus significados aparentes y profundos: Unamuno, quién agregaba la sabiduría a veces rebuscada de las paradojas. Muchos otros. Todos amantes de las palabras, y por lo tanto respetuosos de ellas, de sus significados. Artesanos y artistas de la palabra.

Hoy, encontramos demasiados consumidores de palabras, como si fueran papas fritas. Las agarran, se las echan al gaznate y luego parecieran eructarlas. Las torturan, las retuercen, para disfrazar contenidos, cuando se utilizan en determinado contexto, o cuando se aplican a determinadas instituciones o personas.

Del período de las dictaduras latinoamericanas de los ‘70’ y ’80, inspiradas en la Doctrina de seguridad nacional; de las dictaduras de los ’40 y ’50, de gorilas, caciques, latifundistas, que sólo buscaban poder y dinero sin mayor adorno ni disfraz; de las feroces dictaduras asiáticas, africanas, etc., llegué a una conclusión (que los palos enseñan a gente, decían nuestros abuelos, o por lo menos lo dejan a uno predispuesto a la filosofía, digo yo). Y es que tanta masacre, tanto detenido desaparecido, tanto torturado, tanta Operación Cóndor, tanto exilio, a lo menos deben tornarnos prudentes en la utilización de ciertos conceptos, en la identificación de ciertos atributos nobles con determinadas instituciones.

Algunas de estas se enorgullecen de presentarse como genuina encarnación de la sociedad, del país, de la nación en que se desarrollan. Por ejemplo, la iglesia, el empresariado, las fuerzas armadas, y tantas otras. Estas buenas almas, llenas de voluntad, no reparan en que atribuirse dicha calidad tiene un corolario: se es encarnación de lo bueno y de lo menos bueno. La sociedad, cualquiera sociedad (la chilena, por ejemplo, vamos) epocalmente determinada (seamos postmodernos en nuestros conceptos), tiene cierto porcentaje de genios, de seres brillantes, de gente inteligente, y también de imbéciles redomados (que no lo son más porque no se levantan más temprano, me ilustra un amigo); de gente trabajadora, con capacidad emprendedora, comprometida con el trabajo bien hecho, pero también de holgazanes a tiempo pleno; de héteros y homosexuales, incluyendo a quienes hacen pasajes entre ambos extremos; de gente noble, capaz de sueños y sacrificios, y también asesinos y pedófilos, etc., etc. La prensa ilustra lo certero de esta afirmación cada día.

Para que vean lo profundo que soy, he aquí una hipótesis: cada uno es lo que es, vale por sus acciones y mucho menos por sus decires. Cada uno se construye a si mismo. Las cualidades positivas (por ejemplo, el honor, la lealtad, la nobleza, la honra) no vienen incluidas con el sombrero campesino, el chamanto, la sotana, el uniforme militar, la corbata, el número de consejos de administración a los cuales se pertenece, la aparición en las páginas sociales, etc. No forman parte de los ingredientes de la marraqueta con que, dicen algunos, se nace. Se adquieren durante la vida, cada día. Algunos nunca las alcanzan. Otros ni siquiera saben que existen.

¿A qué viene todo esto? No tengo claro. Quizás (la mente es tan caprichosa, tortuosa...) se debe a que esta mañana leí la declaración del comandante en jefe del ejército, Oscar Izurieta Ferrer, sobre la solicitud de “retiro voluntario” presentada por el general de división Gonzalo Santelices Cuevas, quién deberá declarar como inculpado por su presunta participación en la Caravana de la Muerte. Dicha declaración me recordó las composiciones que debíamos escribir en la escuela primaria durante las efemérides nacionales con abundancia de generales, o los discursos militares en el desfile del 18 de septiembre en la hermosa plaza de mi pueblo, en que las palabras honor y sus derivados y sinónimos eran lo central. Seguramente Oscar se sacaba muy buenas notas en esos escritos escolares. Pero seguramente era muy porro en Historia, lejana y sobre todo reciente. Mala cosa para un comandante en jefe en período democrático.

04.02.08