18.1.10

El fin del ayuno

Carlos Peña

Opinión Emol - Lunes 18 de Enero de 2010

Es la primera vez -desde que existe la democracia de masas en Chile, cien años o poco menos- que la derecha logra la adhesión de la mayoría.

No es poco.

Durante casi todo el siglo XX la derecha fue minoría. Y si descontamos el tiempo que ofició a la sombra de la dictadura, siempre estuvo más preocupada de moderar las transformaciones sociales que de orientarlas. La medida de su éxito fue siempre la contención del cambio social y nunca su empuje. Es cosa de mirar la política de alianzas que mantuvo hasta la caída de la democracia. Lo suyo fue siempre un conservantismo -en el peor sentido de esa palabra- más o menos pragmático.

En la amplia curva de tiempo que va desde 1925 a 1973 -cuando el sistema político se estiró hasta romperse-, la derecha nunca fue una fuerza modernizadora.

¿Hay motivos para pensar que todo eso puede ahora ser distinto y que el cambio no fue un simple flatus vocis, una de esas cosas que se dicen para halagar los oídos de la audiencia?

Hay dos razones que, por desgracia, impiden responder afirmativamente esa pregunta.
La más obvia es que queda poco espacio para el cambio.

La modernización de Chile ya se encuentra definida en lo fundamental -se trata de una modernización capitalista sin ambages-, y salvo que la derecha deje de ser la derecha y Piñera deje de ser Piñera, eso no cambiará un ápice. Podrá haber mejoras en las políticas públicas, mayor eficiencia por aquí y por allá, mejor management , más entusiasmo.

Pero cambio de veras no va a haber. Y es que espacio no hay.

Y donde el espacio sobra -en materia de libertades y de autonomía personal- la derecha no tiene un proyecto uniforme.

Y es que en la élite de la derecha -la democracia, dijo Schumpeter, consiste en que el pueblo decide cada cierto tiempo qué élite lo gobierna-coexisten dos grupos de distinta fisonomía.

De una parte, se encuentran, por decirlo así, quienes se erizan con la distribución de la píldora, crujen con el Museo de la Memoria y se incomodan con la sola mención de las uniones gay, y de otra parte, quienes piensan que la ampliación del consumo debe ir acompañada de la ampliación de la libertad.
Unos son conservadores, otros son más o menos liberales. Una cosa es el diputado Kast, otra cosa Hinzpeter. Ambos tienen intereses comunes -por eso son de derecha-, pero poseen opiniones muy distintas a la hora de definir los márgenes de la autonomía personal.

Y salvo que Piñera gobierne en las nubes -es decir, aplique al gobierno del Estado el pragmatismo de los negocios, capaz de contratar con Dios y con el Diablo sin siquiera arrugarse-, no es fácil liderar un cambio de ninguna índole sin resolver esa tensión fundamental.

Así que por ese lado tampoco habrá cambio.

En otras palabras, acabó el ayuno; pero es difícil que el estilo histórico de la derecha -esa resignación casi digestiva frente a la realidad que siempre la caracterizó- cambie.

12.1.10

A las puertas del horno

A seis días de la segunda vuelta presidencial, no aparecen factores decisivos que den optimismo a las filas de la Concertación en grado suficiente para retomar la tranquilidad. Quizás es mejor así. El triunfalismo es esta situación sería poco menos que ridículo.

Gente que votó por MEO, Arrate, nulo o blanco, dice que votará ahora por Piñera o, más exactamente, contra Frei. Es un voto castigo. Las razones son variadas, ninguna de fondo. Que Frei es rico y tiene su riqueza oculta, que su origen está en los tiempos de la dictadura. Que toda su familia está en puestos públicos, y por ahí circula un listado en tal sentido, asociando a ello corrupción y robos, sin siquiera intento de probar las acusaciones. Que en su primer gobierno privatizó el agua, etc. Además, está la tendencia a mirar el vaso medio vacío y no el vaso medio: al analizar el estado del país se mira la fotografía actual con las carencias de un país en vías de desarrollo, y no la película dinámica que muestra los avances indesmentibles y notables desde 1990 y el impulso hacia el futuro que nos convertirá en país desarrollado en diez-quince años gracias a dichos logros.

La mirada en perspectiva, el enfoque histórico, dejaría claro que la derecha debe ser castigada por sus politicas públicas durante los años de la dictadura, por su política de despojo del Estado, por convertir la educación, la salud, la mano de obra, en simples productos ofrecidos en el mercado. Adicionalmente, en el caso de Piñera, por su utilización mañosa de las leyes del mercado (caso Banco de Talca, Chispas, LAN, etc.).

Si ganara Piñera, sería el triunfo de la política de despojo de la opinión pública de su capacidad de mirada crítica, integral, de distinguir el bosque entre los árboles. Ese despojo se lleva a cabo día a día, a través de la farandulización de los medios de difusión en manos de la derecha, de la campaña de odiosidad hacia todo lo que sea progresista, de convencer que el nuestro es un país corrupto (a pesar que todos los indicadores internacionales demuestran lo contrario). El triunfo de la reducción de la opinión pública a su mínimo común, del empobrecimiento de nuestra cultura nacional.

Sería, por cierto, castigo a lo peor de la Concertación: su acostumbramiento al poder y sus subproductos casi inevitables: la proliferación de los operadores políticos, el control de los partidos por los grupos de poder y la pérdida casi total de la democracia interna y la eliminación de las nuevas generaciones que no se someten a ellos; la mano blanda con los corruptos; los partidos que ya no vehiculan utopías de grandes trasformaciones sociales, que ya no son grandes alamedas sino la vía corta hacia prebendas inmediatas.

Lástima que el peso de estas debilidades está ocultando cada vez más el hecho innegable que la Concertación es la coalición política más exitosa en la historia de nuestro país.

Lástima que los beneficiarios de los éxitos económicos y sociales de la Concertación parecieran dispuestos a votar contra la continuación de dichas políticas públicas.


PAM/
11.01.10

6.1.10

Sobre obviedades


¿Por qué se vota por uno u otro candidato, en particular en esta segunda vuelta presidencial? Es preocupante para la calidad de la democracia en general, que en tantos la decisión no esté basada en la información pertinente y significativa ni en su evaluación, ni en los contextos. Y esto ocurre en todos los niveles socio-culturales.

¿Por qué votar por Piñera? Entre sus partidarios y algunos indecisos, las respuestas se repiten: porque debe existir recambio; porque Piñera ha demostrado inteligencia en sus negocios; porque ha creado empleos; porque tiene buenas ideas; porque Frei es fome.

Esta realidad obliga a filosofar sobre lo obvio, y la Concertación no lo ha hecho en su política comunicacional. Si lo hubiese hecho, habría respondido que:

1. La esencia de la democracia es que los ciudadanos tengan el derecho a elegir a sus representantes y sus gobernantes. Esto está garantizado en muchas leyes, en particular en el artículo 5º de la Constitución. Sin embargo, ninguna estructura ni normativa puede garantizar a nadie que será elegido; para ello requiere obtenir las mayorías electorales necesarias. La alternativa es un golpe de Estado. Así, las quejas de la derecha no se dirijen en realidad a la Concertación, sino a los ciudadanos, y no tiene ninguna otra significación, salvo el del lloriqueo.

2. Sobre las cualidades de Piñera, hay que ser claros: no es un empresario que haya creado riqueza material ni empleos. Es un habilidoso especulador en la Bolsa. Toda su actividad se ha referido a la compra y venta de acciones (siguiendo, según él mismo ha dicho, los “consejos” de un programa computacional ad hoc). No ha creado ningún puesto de trabajo. La capacidad de ganar plata para sí no es sinónimo de saber administrar el presupuesto nacional ni crear las políticas para crear las condiciones del crecimiento económico y social, para que haya más riqueza y sea mejor distribuida. Los grandes empresarios tienen una gran tendencia y habilidad a multiplicar y concentrar la riqueza propia, despreciando muchas veces las reglas de la transparencia y la competencia.

3. Históricamente, mucho se ha discutido sobre el rol de las personalidades. Resumiendo, puede afirmarse que todo depende del tipo de personalidad y las circunstancias. En tiempos de modesta administración de las cosas, con la revolución fuera del horizonte, se puede afirmar más precisamente que el rol de las personalidades es aún más relativo. Entre Piñera y Frei, el tema no es quién es más joven, rico, simpático, ni quién ha estado más tiempo esperando que “le toque” ser Presidente. Las candidaturas deben valorizarse por sus programas; por las coaliciones y partidos que las sustentan; por los equipos técnicos que las acompañan y, fundamentalmente, por su comportamiento histórico.

4. La derecha reclama su derecho a gobernar, que el sistema institucional les ha ofrecido en cada elección, pero la ciudadanía ha dicho “no”. Dicen que “basta ya de Concertación, que la gente ya no quiere más de lo mismo”. Interesante expresión esta de “más de lo mismo”. Todos los indicadores económicos y sociales –nacionales y extranjeros- nos dicen que los logros desde 1990 tienen un alcance histórido. Internet pone estos datos al alcance de quién quiera examinarlos. A los sectores más modestos les basta mirar los cambios ocurridos en su entorno y en el seno de sus hogares y en las perspectivas (un solo dato: siete de cada diez estudiantes universitarios son la primera generación de sus familias a acceder a ese nivel). ¿Bajo un gobierno de la derecha continuarán aplicándose los énfasis en la protección social de los gobiernos de la Concertación y, en particular, de la Presidenta Bachelet? Para responder, basta recordar el gobierno Pinochet de 17 años (obviando el tema derechos humanos: muchas veces hemos dicho que en el golpe militar, las violaciones a los derechos humanos fueron el medio; el objetivo fueron el Plan laboral, la privatización de las empresas públicas a precio de huevo, la reconstitución de los monopolios, la concentración de la propiedad, etc..) y cómo ha votado la derecha desde 1990 en cuanto a libertades, democracia, distribución del ingreso nacional, etc. Además, dicen “no más de lo mismo” y acto seguido Piñera afirma que continuará con las políticas de Bachelet.

5. Hay quienes han dicho que derecha y Concertación son lo mismo. A dichos comentaristas se les puede sugerir que los telescopios sirven en astronomía, no en análisis político. Aquí se requiere el microscopio, mirar la realidad concreta de cerca, olvidando esquemas. Alguno recordará lo que decía un viejo analista y actor político: “la teoría es gris, la vida es siempre verde”.

6. Para terminar, una ilustración sobre la liviandad de enfoques en ciertos sectores. Para apoyar a Frei en esta segunda vuelta, los partidarios de Arrate y MEO han pedido modificaciones y/o incorporación de elementos esenciales al programa de gobierno (nueva constitución, renacionalización del cobre, perfeccionar la negocialción laboral, estudio del sistema de tributación, etc.). Por otra parte, ayer se supo que el analista político Patricio Navia (decano de la Universidad Diego Portales, profesor en una universidad de EE.UU, ex partidario de Enriquez-Ominami), dió su apoyo a Piñera, luego que éste satisfizo (“no te preocupes”, le respondió el candidato) sus “profundas exigencias”: el descarte de pinochetistas en puestos clave en un eventual gobierno, asegurar la diversidad en el gabinete y zanjar su conflicto de interés entre política y negocios. Nada, absolutamente nada, sobre programa de gobierno, políticas sociales, etc. Profundo el decano, politicólogo y analista...

Que la Concertación (cada uno de sus partidos, cada uno de sus dirigentes y militantes) debe renovarse en sus estructuras, convocatoria, programas, desafíos, prácticas políticas, que duda cabe. Pero no podemos infligir a Chile un gobierno de derecha mientras se cumple esa tarea, que deberá iniciarse desde el 17 de enero.

PAM/
06.01.10

3.1.10

Entre lo sublime y lo ridículo

Carlos Peña
Emol - Domingo 03 de Enero de 2010

Pudo ser sublime.

Si la noche del 13 de diciembre —la de la primera vuelta— los partidos hubieran declarado su voluntad de cambio y, luego de oírlos, Frei, sirviéndose de esa leve épica que tiene la derrota, hubiera elaborado una narrativa a la altura de las expectativas de la gente, las cosas habrían sido distintas.

Los malos resultados se habrían encarado con racionalidad y ascetismo emocional. En una palabra, con dignidad.

Pero resultó ridículo.

¿De qué otra manera se podría calificar la renuncia de Gómez y de Auth encaminada a obtener el apoyo de Enríquez-Ominami? Hasta ahora se conocían muchas formas de hacer política. Violentas, pícaras, frívolas, brillantes, toscas. Lo que nunca se había visto era a dirigentes políticos dedicados a satisfacer el goce narcisista de un ex candidato.

Porque eso es lo que ocurrió con esas renuncias.

No fue un esfuerzo por poner al día la narrativa o la oferta electoral. Tampoco fue un intento por atraer a ese siete u ocho por ciento que definirá la elección. Menos la tentativa de construir un nuevo bloque político. Nada de eso. Fue simplemente un acto destinado a cumplir una de las condiciones planteadas por Enríquez-Ominami.

No puede haber un malentendido peor: confundir las demandas del electorado con las condiciones impuestas por Enríquez-Ominami.

Condiciones destinadas, dicho sea de paso, a no satisfacerse nunca. Y es que el diputado disfruta, no hay duda, el pequeño infierno de estos días ¿Sabe con qué atormenta el diablo a las almas en el infierno? Las hace esperar.

Y es comprensible.

Enríquez-Ominami y el senador Ominami tienen más sentimientos heridos que ideas por realizar; más cuentas emocionales que proyectos políticos; más cohesión familiar que coherencia; más confusión verbal que una lista de objetivos; más fantasías de redención y de venganza que ganas de hacer acuerdos políticos de largo plazo. ¿Qué podría llevar a pensar que después de hacer ascos a la Concertación —no hay peor astilla que la del mismo palo— iban ahora a hacer esfuerzos por que ganara la próxima elección? Quien piense que los Ominami cruzan los dedos para que la derecha no gane, olvidan cuántos deseos inconscientes oculta a veces la rivalidad política. Esos ingenuos deberían releer a Freud: que el rival pierda casi siempre es un consuelo para quien fue derrotado.

Por eso en vez de dedicarse a convencer a los Ominami, la Concertación debe esmerarse en interpelar a la ciudadanía y, en especial, a ese siete u ocho por ciento moderno, optimista y liberal que decidirá la próxima elección.

Y en eso podría tener ventajas comparativas.

Desde luego, la Concertación conecta mejor en los temas llamados valóricos con ese electorado. Mientras un sector de la derecha todavía se eriza con las técnicas de reproducción asistida, la píldora y las parejas gay, la Concertación se muestra dispuesta a ampliar esos espacios de autonomía personal.

Y si de renovar estilos y dirigentes se trata, la Concertación tampoco está en una desventaja neta: al menos empata con la Alianza. Basta pensar que el principal partido que apoya a Piñera —la UDI— se forjó, aunque no le guste que se lo recuerden, al amparo de la dictadura y de la épica de Chacarillas. Cuando Piñera se toma las fotos —y aunque es probable que de aquí en adelante se esmere en ocultarlo— no puede evitar que asomen tras sus hombros esos viejos perfiles del pasado.

Así entonces, en vez de seguir ocupada de cumplir condiciones imposibles —y arriesgar la estructura de los partidos para curar heridas que más que políticas son narcisistas—, la Concertación debería concentrarse en ese siete u ocho por ciento moderno y liberal que, no hay duda, mira con igual escepticismo a los dirigentes de este lado y del otro.

Si hace eso, lo sublime no estará para nada asegurado. Pero al menos el ridículo habrá quedado lejos.