31.1.08

HA MUERTO VOLODIA

Hoy ha muerto Volodia Teitelboim. Reproduzco nuevamente un recuerdo escrito en 2001.

3 VECES VOLODIA

UNA

El bus pasa dejando la estela de voces/aullidos, “Suelta el remo, marinero, que me conmueve tu manera de remar..., “, “adolorido, adolorido...”, con muchos “mmm, mmm...” allí donde no se atreven a pronunciar la nueva versión de la letra, “vamos a Chantago, vamos a Chantagooo, vamos...”. Varios vamos por primera vez a la capital. Ya era tiempo. Estamos en Sexto de Humanidades, listos para salir a enfrentar al mundo.

Elena, la profesora de francés, mira sonriendo, paciente, sonrojándose de vez en cuando.

A la entrada de Santiago, griterío ensordecedor. Una gran motocicleta roja se pega al bus. El conductor, con chaqueta de cuero, con gorro y anteojeras como piloto de la primera guerra mundial, agita la mano. El choro Márquez, Julio de apelativo, nuestro profesor jefe.

El bus se detiene ante del Congreso Nacional. Muchas columnas, macizas y altas. No puede existir solemnidad sin columnas. Jardines, prados, árboles, palmeras, como un cinturón verde del edificio. El Choro nos saluda y nos dirige hacia el interior. Va hacia Informaciones. Esperamos unos minutos. Un personaje con cabeza de caricatura se aproxima. Caricatura solemne, con presencia, que impone respeto. Cabeza grande, redonda, el cabello se ha atrincherado alrededor de las orejas y los músculos alrededor de la cintura, sobre todo en la parte delantera, nariz aguileña, voz pausada, manos atrás, mira con curiosidad a estos bichos de provincia. Su nombre es tan complicado como su físico. Volodia Teitelboim Volosky, diputado comunista desde el año anterior, 1962. Tres años después sería elegido senador.

Volodia nos conduce por los salones y dependencias del Congreso. Maderas oscuras, brillantes, cielos rasos muy altos, lámparas innumerables, pasillos, oficinas, gente circulando apresurada, algunos rostros vistos en los diarios. Volodia informa, da detalles, cuenta anécdotas, con su voz tranquila. Nosotros somos apenas un zumbido, un semicírculo que avanza tras sus pasos, enjambre de cabezas que giran, ojos ansiosos, oídos atentos. El Poder legislativo, que hemos discutido en Educación Cívica, pero que nos hemos representado gráficamente estudiando la revolución francesa antes que en la historia de Chile, que siempre se terminaba con la enumeración de las obras de los decenios de la República autoritaria y la guerra del Pacífico.

Broche final: la gran sala del Congreso Pleno. Allí donde González von Marés, el líder nazi, sacó su pistola y disparó hacia el techo, y los carabineros lo sacaron a rastras. Allí, donde Allende y Frei Montalva insistieron en pedir la palabra para responder al Mensaje a la nación de Jorge Alessandri. El abrazo de Maipú de fray Subercaseaux preside todo, allá arriba de la testera, donde se han sentado el León, Allende, Frei, tantos ilustres.

Nos despedimos de Volodia, agradeciendo la visita, las informaciones y las ricas onces.

Camino al Teatro Antonio Varas, el Choro nos informa sobre nuestro anfitrión, a la sazón de 46 años. A principios de siglo, su progenitor había dejado el molino de su padre en la gobernación de Kamenetz-Podolsk, Ucrania, y partió en busca del Edén. Llegó al fin del mundo, a Chile. Por su parte, quien sería su esposa, madre de Volodia, vivía con su familia en Brechon, cerca de Kishiniov, la capital de Moldavia; muerta la madre, los ocho hijos se rebelaron contra la madrastra e iniciaron la diáspora. Siete terminaron en Chile, una en Montréal, Canadá. Los futuros padres de Volodia se conocieron y casaron en Chile.

Allí en Chillán nacería Valentín en 1916. La chapa que le impusieran a principios de los años ’30 los de la Jota, Volodia, se convertiría en su nombre habitual. A los 19 se había hecho conocido por una insolencia juvenil. Junto a Eduardo Anguita, de 20, publica en 1935 una Antología de la poesía chilena nueva, donde “los escogidos debían ser los poetas del futuro, los creadores de la palabra nueva”, pues querían abrir paso al siglo XXI; así, excluyen a Gabriela Mistral y Carlos Pezoa Véliz, demasiado anticuados; privilegian a Huidobro, el revolucionario de la poesía, el rupturista, el maestro para ellos; deben negociar con Pablo de Rokha su inclusión (ni una página menos que aquél, inclusión de “la mejor poetisa del mundo”, su mujer Winnet de Rokha); sin obra consistente, ambos antologistas se autoincluyen.

Años después Volodia también escribiría “algunas cositas” notables. “El amanecer del capitalismo” (1943). “Hombre y hombre”. La novela “Hijo del Salitre” (1952). “La semilla en la arena (Pisagua)”. Mucho después, vendría “En el país prohibido”, crónica de su estadía clandestina en Chile, cuando existían listas de no ciudadanos, cuando pasaportes llevaban la cadena de la “L”, cuando la patria se podía visitar con otro nombre, con otro rostro, evitando barrios, familiares y amigos. Vendría las biografías “Neruda”, “Gabriela Mistral, pública y secreta”, “Vicente Huidobro, la marcha infinita”, “Los dos Borges, vida, sueños, enigmas”. Y el balance de una vida larga y fructífera, “Antes del olvido”, en tres tomos. También el volumen con las crónicas del “Escucha, Chile”, las ondas que unían los dos Chile, el interno y el desperdigado por tanta geografía.

Empezó como poeta. Siguió como político, como miembro eterno del Comité Central (CC) del Partido Comunista (PC), como parlamentario, y hasta como presidente del partido, cuando éste necesitaba tener un rostro más amable, más aceptable[1] para la “opinión pública”, en la víspera y los primeros tiempos de la vuelta a la democracia Retornó a paso firme hacia su amante, la literatura, en los ’90. Nunca a tiempo pleno, siempre dejándose tentar por la otra actividad. Siempre intelectual, siempre militante. En ese ir y venir, conservó su propia personalidad más allá de la caricatura que han presentado de los comunistas. Porque, diría Lira Massi, Volodia “es otra cosa. Es una individualidad. No parece comunista. Parece más bien un durazno blanquillo con el cuesco marxista” [2].

Volodia quedaría en mi memoria junto con ese primer viaje a Santiago y con “El círculo de tiza caucasiano”, obra de Bertold Brech protagonizada en el Antonio Varas por Roberto Parada, ancha su voz y potente, estremeciendo el teatro, como había hecho vibrar el vinilo con el “Viva Chile, mierda”, los versos de Fernando Alegría en un extended play de los ’60. En los ’80, lo vería en otra obra en Montréal, sobre hombres que sufren, luchan y sueñan con la libertad. Sobre un escenario le avisarían que acababan de encontrar el cadáver de su hijo, Juan Manuel, secuestrado días antes, en otro septiembre infame

DOS

Moscú, tres años después de la visita al Congreso. Volodia y Luis Corvalán están de paso. Vienen al 23° Congreso del PCUS (29 marzo-7 abril de 1966). Visitan la universidad, se reúnen con la Asociación de estudiantes chilenos. ¿Ha visto la caricatura que publicaba la revista Topaze de quien sería Secretario General del PC durante 27 años (desde 1958, a la muerte de Galo González)? En realidad, no era una caricatura: era una foto un tanto retocada del Lucho. Como Volodia, Corvalán es achinado, nariz aguileña. Pero con pelo y con patitas cortas. Son de la misma estatura cuando Lucho se pone de pie para hablar y Volodia lo escucha, fraternalmente sentado. Volodia habla bien. Corvalán trata de ser “coloquial”, hablar en “popular”, aunque es profesor. Para quienes están lejos del país ya cierto tiempo y estudiando duro es refrescante, pero sobre todo produce nostalgia escucharlo. Como el invierno ruso es largo, seguramente el Secretario General andaba con su poncho y el sombrero.

Corvalán informó de algunos aspectos del 23° congreso del PCUS, celebrado a un año del 50° aniversario de la revolución de octubre, con la participación de invitados de 86 partidos comunistas, socialistas y progresistas de todo el mundo. 4.943 delegados de un partido que cuenta más de doce millones de militantes, un tercio más que la población de Chile en aquel momento (8.639.000 habitantes).

¿Y Chile, camaradas?

El carácter de la campaña presidencial de 1964 (la campaña del terror desatada por la derecha) y la contundencia de la derrota (Frei, con el apoyo de la DC, Conservadores y Liberales, obtuvo el 56,09 % de los votos; Allende, con el PS y el PC, consiguió el 38.93%), habían dejado huella. Se le negaba “la sal y el agua” al “gobierno reformista”, a la “nueva cara de la derecha”. El FRAP no asistió a la proclamación del presidente electo en octubre de 1964, y la ceremonia debió posponerse para el día siguiente, donde ya no se requería quórum. En las elecciones parlamentarias de marzo de 1965, la DC obtuvo el 43.6 % (82 diputados sobre 147 y 13 senadores de 45), mientras en la oposición el PR sacó 13.7 %, los conservadores 5.3%, el PS 10.6%, el PC 12.8%.

Más allá del rechazo ideológico de este proceso “reformista”, los dirigentes de la izquierda seguramente veían que la discusión legislativa y posterior aplicación del programa de gobierno de la revolución en libertad (promoción popular, ley de sindicalización campesina, ley de reforma agraria, chilenización del cobre, etc.) podía cristalizar por largo tiempo este cambio en la correlación de fuerzas político-electoral. Perder las elecciones es una cosa. Perder las banderas es otra. Y esto último es más peligroso. Por eso, el tono es acervo. Del 10 al 17 de octubre de 1965, el PC ha realizado su 13° Congreso, centrado en estos temas, en ofrecer una vía para evitar la desesperanza.

No es tarea fácil ser reformista. Aún menos, ser reformista consecuente. Por ser reformista, el gobierno de Frei tenía la oposición de la izquierda. Por ser demasiado reformista, tenía el rechazo de la derecha, que veía el pecado capital en esa nueva concepción del derecho de propiedad (sí se empezaba con la reforma agraria, ¿dónde seguiría, donde se terminaría?). Por provocar insatisfacción en los primeros y temor en los segundos, reinaba inquietud en el país, y esto nunca le ha gustado a las capas medias que, además, no tenían claro la respuesta a la pregunta clásica: “¿cómo vamos nosotros ahí?”. La DC estaba en aprietos y había esperanzas, pues, que todo terminara en cosas buenas para la izquierda y para la causa de la verdadera revolución. Tal era la conclusión implícita en el informe de Corvalán.

Con su cara aburrida, Volodia asiente.

¿Y el FRAP, Volodia?

Optimismo. Todo pasa por la unidad comunista-socialista, que debe fortalecerse cada vez más, compañero. Aniceto Rodríguez, SG del Partido Socialista, encabezó la delegación socialista al 13° congreso y ha reiterado su intención de continuar con el FRAP, aunque han expuesto divergencias políticas en una carta dirigida al PC en esos días, y luego otra el 24 de junio de 1966. Hablando de sus socios, Volodia no podía evitar dejar traslucir cierta inquietud paternal implícita. Con sus silencios, encogimientos de hombros, miradas recíprocas con Corvalán, se podía leer el mensaje subliminal. Ustedes ya conocen a los socialistas, tan desordenados, voluntariosos, parecía decir, con un partido que no es marxista, que no se rige por los principios del centralismo democrático, con los defectos de la pequeña burguesía, que vacila entre el optimismo exagerado y la depresión, entre la guerrilla y la colaboración de clases. Pero el pueblo chileno tiene, felizmente, a su partido proletario, marxista-leninista, que tiene las cosas claras...

¿Es verdad que usted será elegido SG del partido en lugar del compañero Corvalán, compañero Volodia?

Después de intercambiar una mirada, Corvalán entrega la respuesta cliché, quitando importancia al asunto.

Cada cierto tiempo la derecha lanza estos rumores, para crear la impresión que la Dirección del partido está dividida sobre cuestiones personales. Las huifas, compañeros. Tenemos una línea política monolítica, lo que no significa que no se manifiesten ideas diferentes en nuestras reuniones de la Comisión política, en los plenos del CC, en las comisiones, en el congreso. Pero todos aceptan el centralismo democrático: una vez discutida y aprobada, sólo hay una línea. Los personalismos pequeño-burgueses no tienen cabida. Estoy a disposición del partido para servirle en cualquier puesto o como simple militante. Pero el reciente congreso decidió reelegirme. De la misma manera, el partido puede reemplazarme. Pero no es una cuestión que esté hoy a la orden del día. Y Volodia está muy contento de no haber sido nombrado. Él me ha dicho que sus inclinaciones no van por ese lado. El es un intelectual, un escritor, y ya sabemos que a los intelectuales les cuesta asumir la disciplina que requeriría un cargo como el de SG. Quiere tener el tiempo para no abandonar del todo sus labores de escritor. Y el partido lo estimula porque tiene mucho que entregar en ese sentido, ¿verdad, Volodia?

La esfinge sonríe. Agrega su granito de arena al cliché:

¿Me imaginan ustedes todo el día en reuniones, recorriendo las células del partido a lo largo del país, dando conferencia de prensa tras conferencia?...

Los jóvenes también sonríen, comprensivos. Un jotoso me fulmina después de la reunión cuando le pregunto “¿Y tú, te habrías imaginado a 'patitas cortas' como SG, antes de la muerte de Galo González?”.

Para terminar, un frugal cóctel comunista. Una amiga me arrastra hacia Volodia para proponerle un brindis.

¡Por los verdaderos revolucionarios, compañero!

¿Y quienes serían esos, compañera?, pregunta Volodia, ante el tono algo desafiante de la estudiante.

Ella sonríe, misteriosa, y se aleja... Han llegado a Moscú los rumores aún tenues de la polémica del PC chileno con el PC cubano sobre las vías de la revolución. El MIR ya está dando dolores de cabeza a sus papis...

TRES

Valparaíso, Biblioteca Severin, 1998. Lanzamiento del libro de memorias "Antes del olvido", tomo I: "Un muchacho del siglo XX". Un profesor universitario hace una presentación demasiado académica, demasiado apegada al libro en cuestión, leyendo largos párrafos. La verdad es que dicha lectura podría alejar antes que atraer lectores. No es gran literatura esta obra. La riqueza no está en la forma, sino en la vida que subyace tras esas líneas, en el contexto de esa vida que se asoma al mundo en ese período de entreguerra, convulso, con muchos espíritus grandes, pequeños, medianos y muchos obtusos, donde se construían muchos cimientos fundamentales en el siempre renovado proyecto de país. El primer gobierno del León, el período de anarquía, la dictadura de Ibáñez, la sublevación de la escuadre, la república socialista, los primeros tiempos del poeta del amor y de la América profunda (Neruda), el poeta que quiere arrasar todo para revolucionar los espíritus salvo el propio (Huidobro), el poeta torrencial y ampuloso (Pablo de Rokha), la sabia Gabriela, el nazismo criollo, el Frente Popular, la Corfo y el inicio de la industrialización...

Volodia, siempre alerta, pero se nota físicamente cansado. ¿Es ese día, o son los 82 años? Ha trabajado mucho últimamente. Tiene muchos proyectos. Siente que le falta el tiempo, que le faltará.

Mientras le tiendo mi ejemplar para su firma, le menciono mis recuerdos de Santiago, de Moscú. Ah, ¿estuvo por allá?, murmura.

¿Cuándo viene el segundo tomo?, pregunto.

Primero hay que escribirlo, compañero, susurra, con un tono que dice que sí, que lo escribirá. Hay poco tiempo, pero hay el suficiente...

¿Lo habrá para el Premio Nacional de Literatura?


16 Diciembre de 2001

[1] ¿Habrá experimentado un sentimiento de revancha estética Volodia ante esto último? Qué va, es un hombre demasiado serio para ello.

[2] Eugenio Lira Massi, La cueva del Senado y los 45 senadores”, 1968.

28.1.08

AVISO DE INCENDIO

El conflicto mapuche -y el que mantienen otros grupos indígenas- deriva de la necesidad de reconocimiento, una de las pulsiones más hondas de la condición humana. Esos grupos sienten que su identidad ha sido negada. Por eso el conflicto no cederá un milímetro si -con esa mezcla de ignorancia y de poder- se le sigue tratando como un caso de seguridad pública.

Carlos Peña

El Mercurio, domingo 27 de enero de 2008

La llegada del bicentenario -no falta mucho- acentuará el conflicto con los pueblos indígenas. La muerte de Matías Catrileo y la huelga que mantiene Patricia Troncoso -se está dejando morir de hambre- son síntomas de un problema de amplias repercusiones acerca del cual en nuestro país hemos preferido cerrar los ojos.

A la política del olvido que se mantuvo durante más de un siglo, agregamos hoy la negación pura y simple.

Como si lo indígena hubiera sido asimilado sin violencia y sin exclusión. En suma, como si entre nosotros el pasado no originara ninguna deuda.


Todos los pueblos, claro, construyen su memoria sobre un conjunto de tachas y borrones que dejan ver algunas cosas y ocultan otras. Así ha ocurrido siempre. Está en la misma índole de la memoria ser, a la vez, un artefacto de recuerdo y un mecanismo de olvido. Las comunidades y los pueblos exigen a la memoria olvidar todo aquello que pueda hacer dudar de su propia existencia y de su propia legitimidad.

Como sugirió Nietzsche, cuando la memoria dice ¡recuerda!, el orgullo dice ¡olvida!

Y casi siempre gana el orgullo.

Nosotros, por ejemplo, olvidamos cuánta violencia y cuánta exclusión fueron necesarias para construir eso que hoy día llamamos estado nacional y del que, con razón sin duda, nos enorgullecemos.

La nación chilena fue el resultado de un gigantesco proyecto de homogeneización cultural que se llevó a cabo por las élites del diecinueve a fin de crear o constituir un público leal a las instituciones estatales. Ese exitoso proyecto de construcción de la nación exigió reducir el territorio del que disponían los pueblos originarios; esparcir el castellano forzando el olvido de la lengua materna por parte de muchos grupos; exterminar a algunos grupos o tolerar que se les exterminara; pacificar mediante la fuerza amplios territorios que se resistían a la aculturación; e imponer un cierto modelo de disciplina cultural y social.

En otras palabras, el revés del estado nacional fue una exclusión coactiva. Y es que -ya lo dijo Benjamin- detrás de todo documento de civilización se esconde un momento de barbarie. Tal cual.

Fue un muy exitoso proyecto. De eso no cabe ninguna duda. Y mientras se le ejecutó, cada una de las partes involucradas redefinió su identidad. A fin de cuentas, lo que cada uno es hoy día en Chile es resultado de ese conflicto, de ese choque, podríamos decir hoy, de etnicidades.

Pero, ya se sabe, lo que se olvida y se reprime tiende a veces a volver en acto. Es lo que los psicoanalistas llaman transferencia: la escenificación de lo reprimido.

Algo de eso es lo que está ocurriendo con el conflicto mapuche.

Por eso negar ese conflicto -a fin de cuentas, el retorno de lo reprimido- no surtirá ningún efecto. En vez de eso, encenderá una y otra vez los ánimos y arriesgará que quienes hasta ahora se mantienen al margen del conflicto entren a participar de él.

Lo mejor entonces es reconocer el problema, abrirse al diálogo, y adoptar medidas que salden la deuda de la memoria.

Durante el gobierno de Lagos, una comisión presidida por Patricio Aylwin sugirió un puñado de medidas sobre las que, quizá, haya que volver.

Entre esas medidas -ninguna de las cuales se adoptó entonces- se encontraba el reconocimiento constitucional de los pueblos originarios, la asignación de derechos lingüísticos y territoriales y acciones afirmativas para asegurar su participación política.

Todo eso, que parece un exceso inexplicable, ha ocurrido en otras partes del mundo que experimentaron heridas similares. Y es que la multiculturalidad hoy día no espanta a nadie, salvo a nosotros. Muchos estados europeos la asumieron de manera consciente, como ocurre con la civilizada Suiza, la tranquila Bélgica, la moderna Canadá o la cercana España. Otros están empeñados en ese proceso, como ocurre en la republicana Francia con Córcega o en las emergentes Nueva Zelandia, con los maoríes, o en Australia.

En nuestro país, en cambio, hemos preferido tratar los reclamos de esos grupos como un caso de simples reivindicaciones violentas. Nos negamos a ver que en ese conflicto hay algo que está a la base de la condición humana: la necesidad de reconocimiento. Y es que los pueblos, como los individuos, buscan que la certeza que tienen de sí mismos les sea devuelta por los otros.

Cuando ello no ocurre -lo dijo Hegel- hay peligro de incendio.

17.1.08

El sentido del cambio

Carlos Peña
Miércoles 09 de Enero de 2008

Los gabinetes ministeriales cumplen, en términos generales, dos funciones: por una parte diseñan y ejecutan las políticas públicas; por la otra, dibujan el rostro del gobierno e inciden en sus niveles de reconocimiento. Un gabinete puede funcionar en una sola de esas dimensiones o en ambas. Puede ser eficiente desde el punto de vista del policy making; pero torpe a la hora de lograr el reconocimiento. A la inversa, puede ser sagaz a la hora del reconocimiento; pero torpe a la hora de las políticas públicas.

El ideal, claro, es un gabinete capaz de ambas cosas: de eficiencia y de reconocimiento.

¿En cuál de esas dimensiones falló el gabinete saliente?

El cambio de ayer parece estar inspirado en el convencimiento de la Presidenta de que no es el policy making el problema del gobierno, sino la política. Es decir, que su principal obstáculo no es la eficiencia en el diseño o ejecución de políticas públicas, sino su relativa incapacidad para traducir esas políticas en adhesión y en reconocimiento de las élites y del electorado.

De ahí que a la hora de escoger ministros eligió en puestos claves a políticos profesionales. Es decir, a personas que saben cómo ganar la voluntad ajena, construir acuerdos y, cuando es necesario, pero sólo cuando es necesario, retroceder.

El paradigma de lo anterior es Edmundo Pérez Yoma. Es difícil encontrar a alguien más enterado de los recovecos del poder y de lo que es necesario para imponer la propia voluntad que el nuevo ministro del Interior. Él es el político por antonomasia: se mueve como pez en el agua en la administración del Estado y sabe ganar la voluntad ajena o, cuando es necesario, torcerla (es cosa de preguntarle a Stange) o simplemente abandonarla (como ocurrió con Frei).

Por su parte, la sustitución del policy making por la política la ejemplifica bien el cambio de Bitran por Bitar.

Bitran, desde el punto de vista técnico, fue inobjetable y el tiempo ayudará a aquilatar su buena gestión. Su problema es que no podía evitar la convicción –que suele ser fatal en política- de que hay un continuo entre la racionalidad de una decisión y el reconocimiento de la ciudadanía. Que basta ser racional para ser popular. Bitar en cambio sabe que ese continuo no existe y que la tarea de la política consiste en producirlo.

En fin, las nuevas designaciones son un signo elocuente de la voluntad de la Presidenta de aliarse con los partidos en contra de las disidencias o facciones que han surgido el último tiempo: en su conjunto, el gabinete es todo un gesto a Alvear (contra Zaldívar); a Bitar (contra Flores y Schaulsohn); y a Gómez.

12.1.08

¡CHAÍTO, NO MÁS!

Los diputados Jaime Mulet, Pedro Araya, Alejandra Sepúlveda, Carlos Olivares y Eduardo Díaz anunciaron hoy su renuncia al Partido Demócrata Cristiano (PDC). Terminan así el suspenso o quizás sus vacilaciones, trece días después de la expulsión del senador Adolfo Zaldívar. Lo acompañarán quizás –no están seguros aún- en su aventura de crear un nuevo referente de más que incierto futuro, dado el sistema binominal, que favorece a los grandes conglomerados (paradójicamente, Olivares y Díaz fueron “arrastrados” por sus compañeros de lista gracias al binominal). Lo más probable es que perderán su envestidura en las elecciones parlamentarias de 2009.

Su alejamiento de la DC y de la Concertación deja la siguiente correlación de fuerzas en la Cámara de Diputados: Concertación 57, Alianza por Chile 54, Independientes 3, Chile Primero 1 (grupo formado por emigrados del PPD) y ahora los 5 Colorines. Vale decir, los ex Concertación tendrán la sartén por el mango. Complicado panorama para el gobierno.

¿Por qué han renunciado? Como siempre en estos casos, la respuesta verdadera debe buscarse en su accionar de los últimos años, no en sus declaraciones de ahora. Sin darse cuenta quizás, se autodescriben al señalar los males de la DC. Las ambiciones, la lucha por el poder, la utilización de artimañas al filo de la legalidad. No hace tanto tiempo, siendo presidente del partido, Zaldivar daba conferencias de prensa para exigir más cupos gubernamentales y en el gabinete durante el gobierno de Lagos y de Bachelet, expresando que los que ya estaban en él no lo representaban porque eran de otra tendencia interna. Se reveló como experto en el chantaje político. Ahora, fuera del partido, sobredimensionará esta “habilidad”. Dicen que se van por la “ambición” de Alvear de ser presidenta, y lo dicen estos seguidores de Zaldívar que nunca apareció en las encuestas pero hizo lo imposible para lograr la nominación de la DC contra Alvear, para enfrentar a Bachelet; alcanzó niveles inéditos de descalificación contra ambas, como antes lo había hecho contra Lagos. En ambos caso, se retiró a su circunscripción amurrado cuando perdió la interna.

Como siempre en estos casos, prestan significación trascendental a su partida: “nuestra decisión abrirá un amplio espacio de reflexión acerca de la necesidad de realizar esfuerzos serios por parte de los partidos políticos para democratizarse, abrirse y representar a la ciudadanía”. Parece difícil ver en Adolfo Zaldivar, senador de verbo e ideas simplonas y repetitivas, un líder intelectual, como en los parlamentarios que lo han seguido. Nunca intentó siquiera definir qué era el “modelo económico” que quería cambiar y en qué lo cambiaría, a pesar de que era su muletilla, su letanía. Estos expertos en la muñeca y la conjura interna ven en su partida una ocasión para que el pueblo vea la posibilidad de discutir los males de la política, para que vean “que los partidos y el poder político son instrumentos para servir al país y defender a la gente, y no una máquina infernal que no respeta a las personas, abusa de sus ilusiones y defrauda su confianza”!!!

Está claro que la praxis política, en general, en todos los partidos, está profundamente contaminada y alejada de la gente. No se ven por ahora los individuos ni los grupos que podrían iniciar un proceso de depuración. Nada se logrará mientras los partidos sean exclusivamente máquinas de poder y no canales de expresión ciudadana, vehículos de grandes sueños y de políticas en bien de las mayorías.

Pero un grano de arena –quizás insignificante- en esa vía es la salida de este grupo de la DC. Ningún partido – instancias vitales a la democracia, a pesar de sus taras- puede funcionar si tiene un quiste permanente, dedicado a abusar del poder interno cuando lo tiene, y a tratar de impedir su funcionamiento cuando lo ha perdido. Hay lealtades mínimas con las ideas y los proyectos que deben respetarse.
08.01.08