11.9.09

El boina negra

La dueña de casa nos mira cada vez más inquisitiva e insistente cuando bajamos al primer piso. Arrendó a Julián, sus dos hermanas y su novia. Pero han aparecido otros tipos por allí, el Pollo Ruz, yo, algunos más, por una mañana, una tarde, algunas noches. Su hijo es amable. Hace algunas preguntas, las respuestas son evasivas. La señora está inquieta, más aún después de las noticias de cada día, llenas de atentados inverosímiles –difícil arte ser terrorista cuando se está en fuga desesperada-, con exhibición de armas que parecen retrato de familia por lo repetidas, siempre las mismas, sólo debe cambiar el color del paño sobre el cual descansan para ser filmadas –quizás ni eso, la televisión es en blanco y negro en el país. Pero tanto barbudo de melenas desgreñadas y mirada torva en la tele debe quitarle el sueño a la dama. En las noches, las patrullas militares disparan a la luna para crear el ambiente... Hay que bajarle el nivel de nerviosismo a la propietaria. Julián empieza a buscarme otro lugar para pernoctar.

Una tarde, Julián me hace señas de seguirle. Una micro, otra, una tercera. He olvidado el rumbo. Golpea a una casa. Abre un joven. Baja estatura, delgado, ojos orientales, barba tímida de cuatro pelos colgando. Arcadio, alias Ho Chi Minh. ¡Qué idea, traerme a casa de un ex lumumbino! Nos recibe con su parca sonrisa, mostrando sus dientes de gran fumador, que no lo es. Nos lleva a su cuarto. En un rincón, un librero. Una veintena de libros en ruso. Los enigmáticos signos cirílicos se extienden en las páginas, subversivos, provocadores, enigmáticos, hablando de resistencia de materiales, murmurando versos desesperados de Pushkin, pero que bien podrían aparentar tratados de terrorismo... Ante mi mirada interrogante, Ho Chi Minh se encoge de hombros, fatalista, son mis libros, con ellos trabajo, ¿quemarlos?, no, coño... Un álbum de fotos de la universidad. Difícil reconocernos, son tan largos cuatro años en estos tiempos. Como en imagen acelerada, en esas imágenes aparecen y desaparecen bigotes, barbas, las cabelleras crecen y se recortan. Hay más optimismo que interrogantes en esas miradas claras. Hay prados, bosques, lagos, sol, mesas recargadas de libros, de botellas, comida, grupos abrazados, brazos al aire, desafiantes. Por ahí aparecen las murallas del Kremlin, grupos enarbolando banderas en algún Primero de Mayo, bosques de cipreses, stands imponentes de la Exposición permanente de logros de la economía nacional, parece escucharse la música del Parque Gorki... Aparece un álbum familiar. Los padres. Algún pariente. Una hermana veinteañera. Un joven de rasgos que quieren ser duros, de mirada melancólica, con fiero uniforme de boina negra, el novio de la hermana... ¿Dónde he caído?... Conversamos en voz baja sobre los últimos días, de trozos de información sobre condiscípulos. Haber estudiado allá es ahora –todavía hoy, veinte años después, los prejuicios tienen la vida larga- parte del lado oscuro de la vida personal...

A la cena, la familia y dos extraños. Yo, más que el otro, el novio, que ha llegado, recatado, amable. La conversación es un intercambio de murmullos. Banalidad cotidiana, intemporal, impermeable a lo que ocurre fuera de aquellos muros. Ho habla de buscar trabajo, en el aire queda que somos profesionales recién egresados de alguna universidad. Está difícil, dice Ho, y pienso que como eufemismo está bueno, mientras corto con esmero el bistec, sorteando las papas fritas para mantenerlas en el plato, bebiendo el vino a pequeños sorbos, para no ahogarme ni bajar defensas, nada que llame la atención del gentil novio sobre mí. Pero él aparenta indiferencia, como quitando importancia al hecho que desde hace unas semanas el uniforme es poder. La futura suegra lo distrae con sus atenciones. El problema es que quiere también meterle conversación.

- Que bueno que ya no hay colas, ¿verdad? -Ho se mete aún más en su plato-, ya se puede encontrar de todo en el mercado. De pronto, la mamá apoya el tenedor y el cuchillo en la mesa, dientes y filo hacia arriba, mirando ella también hacia el techo. Que raro, ¿verdad?, se le escapa, cuando hace tan poco no había nada... Se detiene confusa, se sofoca, tose, abra grandes ojos, mira a uno y otro...

- Es tan rara la economía, mami, dice Ho...

El novio sonríe, comprensivo. La suegra se toma de esa percha y le pregunta efusivamente por su trabajo. Y él cuenta, cuenta, como funcionario meticuloso que se explayase sobre memos recibidos, memos enviados, timbrados, clasificados... Una patrulla entra una de las primeras noches en una población, cuenta. Van en un bus. Le llega una bazukazo. Algún muerto, heridos, se retiran (los soldados no huyen), llegan refuerzos como se debe, en masa, bien pertrechados, veinte-treinta a uno el resultado final de caídos, heridos muchos más, prisioneros concienzudamente interrogados. Hay algunos prisioneros recalcitrantes, sin signos de arrepentimiento. Entre los que ustedes atacaron había gente de la marina y la aviación, les dicen, ustedes han entrado en relación con la Marina y la Aviación, carajo, deben conocerlas por dentro, merecen honores especiales, les dicen, y los embarcan en helicópteros, que vuelan y vuelan, largo rato, y les muestran la luna reflejándose en el mar, báñense en la luna, es gratis, atención de las fuerzas armadas, y los tiran, sus gritos no se sienten, sus cuerpos no flotan, porque van con el cuello y el vientre abiertos...

El novio boina negra suspira. Hay gente que no entiende, pero ya entenderán... Bebe un sorbo de vino. Pregunta a la novia si irán al cine al día siguiente, olvidado ya del tema. Era sólo uno de tantos asuntos despachados por colegas suyos. Una anécdota de trabajo. ¿Quién se interesa en seguir hablando de trabajo? Ahora está en sus horas libres[1]...

PAM/ 1987

[1] En la población Nueva La Legua -toma de terrenos que venía desde 1946-, algunos pobladores, junto con trabajadores del Cordón Vicuña Mackenna, sobre todo de Mademsa y Madeco, con militantes de diversos partidos y del GAP, deciden resistir. A las 13 horas del 11 de septiembre, habían aparecido allí trabajadores de Indumet, armados. A las 14.00 hrs se inicia un choque con una patrulla de Carabineros en un bus y tanquetas; al atardecer, éstos se retiran. En los días siguientes, fuerzas militares tratan de entrar, sin gran convicción. Viernes y sábado hubo patrullaje de helicópteros, de aviones de la Fach. En la madrugada del domingo 16, La Legua es copada en un masivo allanamiento. La mayoría de los resistentes evaden el cerco. Cuando llegan las tropas, sobre todo de la Fach, arrestan a numerosos pobladores y los trasladan a El Bosque, al Estadio Nacional, y luego a Chacabuco y Puchuncaví.