En una de esas tardes de fin de semana largas y aburridas (seguramente fue un domingo, después de almuerzo), los dioses del Olimpo empezaron a hablar de fútbol, en presente y en retrospectiva. Y vieron que las cosas estaban mal repartidas y, por lo tanto, monótonas. Para equilibrar las cosas, nombraron entrenador de Brasil a Dunga, que aún no tiene claro que la cosa consiste en meter goles. Luego, designaron en Argentina a Maradona, que tiene la fórmula para transformar en pichangueros a algunos de los mejores jugadores del mundo. Y a Bielsa en Chile.
Desde entonces la cosa está más o menos entretenida.
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