30.11.09

Mi padre

Seguramente mi padre está satisfecho allí donde está. Satisfecho de sus cinco hijos, sus diez nietos, sus doce bisnietos en buena salud y capaces de enfrentar la vida. Sus 68 años de casado con la Rosita.

Satisfecho de haber recorrido geografía a lo largo de su vida.

Nació en Limache. Aún conservamos una hermosa foto de 1941-1942 de un orgulloso escuadrón de caballería en el patio del regimiento en Antogasta en que hizo el servicio militar. A su regreso, emigró a Quilota, donde vivió hasta siempre, y trabajó en la histórica fábrica Rayón Saíd.

Largos meses trabajó en Argentina en 1973-1974. Partió cuando vivíamos en calle Pinto. Cuando regresó aquella madrugada viviamos en la casa actual, en Villa Santa Teresita, que recorrió largamente buscándonos, porque no tenía la dirección. A las seis de la mañana le abrí la puerta y apenas lo reconocí, por lo barbón y flaco. A su lado, saltaba y ladraba el Niño, nuestro perro policial que lo había encontrado y guiado a la casa.

Estuvo con mamá en Montréal, Canadá. Vivió y trabajó en Harrison, Nueva York. Si hubiese sido más expansivo, seguramente nos habría hecho partícipes de sus observaciones sobre esos latinos que luchan contra la vida, algun a discriminación y contra sí mismos no pocas veces en el hemisferio norte.

Todos los hijos ven siempre a sus padres como viejos. Una vez hice el cálculo. Nuestros padres nacieron el mismo años y mes, en marzo de 1921. Soy el mayor de los hijos. Cuando nací, nuestros padres tenían sólo 22 años. Pocos años, pero, como lo demostraron, suficientes para iniciar y llevar a bien la tarea de ser padres.

Le agradecemos los 88 años de compañía.

Gracias, Rubén Enrique Ayala Palma.

Gracias, padre.

Descansa en paz.


PAM/ 26 noviembre 2009

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