ELVIS
Un recuerdo escrito hace cinco años.
Siempre relaciono el momento de su muerte con un día sombrío, frío, de otoño o invierno. Sin embargo, fue el 16 de agosto, en pleno verano boreal. ¿A qué hora fue? No sé. En los días y semanas siguientes, descubrí lo que había sido en los años recién pasados, sobre todo sus recitales: Las Vegas, Hawai.
Pero sobre todo el de fines de los 60, cuando había decidido regresar a los escenarios después de diez años. Sobre una plataforma circular, con sus músicos, los viejos Jordanaires, en una atmósfera distendida, de complicidad. Alrededor, algunos fans. Todo de cuero vestido, el aire aún juvenil, maduro, informal en su prestación, sonriendo, haciendo bromas, recomenzando una canción, tocando la guitarra. Un miembro de la banda. No un recital, sino un jamm session (¿así lo llaman los músicos?), un guitarreo entre amigos de buen humor...
Las Vegas y ese traje que lo ha convertido en la figura más fácil de imitar y caricaturizar, pantalones pata de elefante de los ’70, con apertura bajo la rodilla como pernera de cowboy de rodeo, chaqueta con cuello a lo Napoleón, como las que usaba Liberace, patilla de padre de la patria y copo invencible, abundancia de pañuelos de seda como cortesano de Louis XIV. Aspecto de muchas geografías y momentos. ¿Desencanto con estar ahí, en ese momento?
Junto con cortarle el pelo y encasquetarle el uniforme a fines de los ‘50, pareciera que el Tío Sam castró lo que pudiera haber existido de rebelde en él y, ciertamente, extirpó la imagen controvertida.. Que fue sólo eso, imagen: Elvis Aaron siempre fue hijo modelo, ciudadano sin reproches; aún más, como ocurre a menudo con los humildes que ascienden en la escala social, fue muy conservador (en una ocasión, se entrevistó en la Casa Blanca con Nixon para ofrecer su ayuda para combatir “la infiltración comunista”). Fue respetuoso del american way of life, ese concepto tan difuso que contenía y contiene la discriminación racial, los bombardeos con napalm en Vietnam, la conspiración contra gobiernos extranjeros, la oración a la hora de la comida, la leche y los cereales al desayuno, la misa el domingo, la prensa que puede ser la más libre cuando lo quiere (y no siempre lo quiere), Watergate... Mucho de lo mejor, mucho de lo peor, abundancia de hipocresía y de sinceridad en los valores...
El sistema se llevó a los regimientos en Alemania un símbolo del desenfado adolescente, y devolvió el Presley de las innumerables películas sin olor, sin color, sin gusto, de los ’60, un burócrata-cantante-que-hace-películas, adormeció y ató la pelvis impertinente. Casamiento, hija, divorcio. Por ahí se inició un largo camino hacia el desencanto, el aislamiento, el ensimismamiento, la lenta autodestrucción, con amplia ayuda de los lacayos-pretorianos que recogían sus generosas migajas.
¿Hay paralelo entre Elvis y Alí? Paralelismo divergente, quizás. Elvis proyectaba imagen contestaria en el escenario; Cassius Clay, con sus puños y con la bocota más rápida de la Unión, gozando con sus gritos destemplados y la auto-alabanza, la auto-referencia. Ambos, símbolos de la juventud irrumpiendo simplemente, haciéndose un espacio a codazos. Pero el boxeador fue más allá: devino Muhammad Alí, rechazó el uniforme, rechazó Vietnam, proclamó su negritud y su dignidad. Le quitaron la corona, que no su alma. A éste lo excluyeron; a aquél, terminaron de domesticarlo.
En estos días del 25º aniversario de su muerte, la televisión repetirá esos espectáculos de Elvis de los ’70 en Las Vegas, cuando ya veía el horizonte de los 40 años. Fíjese en sus ojos: es una mirada velada, vuelta hacia adentro. Fíjese en su actitud: se acerca al borde del escenario, reparte pañuelos, toca manos alzadas hacia él, agradece, pero parece estar ausente. Se dijera que está allí, en el ruido, la música, los gritos, para no estar de regreso en su hotel, en su casa. Su alma ya se estaba adormeciendo. Se vació completamente a los 42 años. La soledad –sobre todo la emocional- es un veneno que mata lentamente.
El tipo de las películas de los ’60 me era insoportable. Luego de su muerte, descubrí al gran cantante. El de Love me tender, The girl of my best friend, In the ghetto, Wooden heart, Can’t help falling in love, tantas otras, sobre todo Always on my mind y Suspicious mind.
Desde entonces lo consideré un amigo. Y le perdoné, finalmente, haberme quitado a Juliette Prowse (G.I’s Blues o Café Europa).
15 agosto de 2002