El caso hondureño y la nueva ciencia política
En la madrugada del 28 de junio pasado el presidente de Honduras, Manuel Zelaya, fue sacado en paños menores por militares desde su residencia, puesto en un avión y enviado a Costa Rica. Inmediatamente se constituyó un gobierno de facto encabezado por el presidente del congreso.
Existe cierto consenso en describir al personaje como un hombre de derecha, populista y anticomunista. Vale decir, del mismo signo político de quienes lo derrocaron. Los detalles de lo ocurrido posteriormente son bien conocidos. Es interesante mencionar las razones que se han dado para justificar el pustch.
La razón inmediata habría sido que Zelaya en vísperas de las elecciones presidenciales, decidió convocar un referéndum para someter a consulta a la ciudadanía la posibilidad de hacerse reelegir presidente de la República. A partir de esto, se ha desatado una extremada capacidad de extrapolación de sus adversarios. ¿Por qué Zelaya habría decidido tomar esta iniciativa?
En primer lugar, por el obvio deseo de hacerse reelegir. ¿Por qué quería hacerse reelegir? Porque habría sido seducido por Fidel Castro y habría aceptado entrar a formar parte de la “banda de los cuatro”, integrada por Venezuela, Nicaragua, Bolivia y Ecuador, y la tentativa de hacerse reelegir tenía por objetivo “hacer méritos” para ser admitido a cabalidad. En esos cuatro países supuestamente existe una “dictadura constitucional”, gracias a un modelo de instrumentalización de la dinámica de la democracia. Dicho modelo obedecería al “proyecto geo estratégico del castrismo”, que no ha cesado en su empeño desde 1959, y que hoy Hugo Chávez ha tomado como bandera. Hoy la guerra de guerrillas habría sido reemplazada por la manipulación del sufragio.
Existiría “un contexto geopolítico creado por una voluntad de resquebrajar las instituciones para imponer un modelo totalitario de gobierno que se legitima en lo que se ha convertido ya en una ficción, en una figura esperpéntica: en elecciones repetidas, trucadas, manipuladas, a las que se les ha vaciado de su verdadero sentido que so pretexto de haberlas ganado, esos mandatarios se dedican sistemáticamente a violar las Constituciones nacionales, a intervenir sistemáticamente en otros países, y a mantener un clima insurreccional fuera de sus fronteras”. Por esto, “los analistas deberán reflexionar sobre los acontecimientos de Honduras con una lente más fina que aplicarle el simple análisis de la defensa del ‘presidente democráticamente electo’”. En efecto, “la iniciativa que acaban de realizar las Fuerzas Armadas hondureñas es un gesto inédito en la historia del continente. Por mandato del los poderes públicos intervienen y deponen al presidente en nombre de la salvaguarda de las instituciones, y por respeto a ellas, - puesto que aquel que debía ser su garante, el presidente de la República, las estaba violentando -, y le entregan el poder a los civiles”.
En la madrugada del 28 de junio pasado el presidente de Honduras, Manuel Zelaya, fue sacado en paños menores por militares desde su residencia, puesto en un avión y enviado a Costa Rica. Inmediatamente se constituyó un gobierno de facto encabezado por el presidente del congreso.
Existe cierto consenso en describir al personaje como un hombre de derecha, populista y anticomunista. Vale decir, del mismo signo político de quienes lo derrocaron. Los detalles de lo ocurrido posteriormente son bien conocidos. Es interesante mencionar las razones que se han dado para justificar el pustch.
La razón inmediata habría sido que Zelaya en vísperas de las elecciones presidenciales, decidió convocar un referéndum para someter a consulta a la ciudadanía la posibilidad de hacerse reelegir presidente de la República. A partir de esto, se ha desatado una extremada capacidad de extrapolación de sus adversarios. ¿Por qué Zelaya habría decidido tomar esta iniciativa?
En primer lugar, por el obvio deseo de hacerse reelegir. ¿Por qué quería hacerse reelegir? Porque habría sido seducido por Fidel Castro y habría aceptado entrar a formar parte de la “banda de los cuatro”, integrada por Venezuela, Nicaragua, Bolivia y Ecuador, y la tentativa de hacerse reelegir tenía por objetivo “hacer méritos” para ser admitido a cabalidad. En esos cuatro países supuestamente existe una “dictadura constitucional”, gracias a un modelo de instrumentalización de la dinámica de la democracia. Dicho modelo obedecería al “proyecto geo estratégico del castrismo”, que no ha cesado en su empeño desde 1959, y que hoy Hugo Chávez ha tomado como bandera. Hoy la guerra de guerrillas habría sido reemplazada por la manipulación del sufragio.
Existiría “un contexto geopolítico creado por una voluntad de resquebrajar las instituciones para imponer un modelo totalitario de gobierno que se legitima en lo que se ha convertido ya en una ficción, en una figura esperpéntica: en elecciones repetidas, trucadas, manipuladas, a las que se les ha vaciado de su verdadero sentido que so pretexto de haberlas ganado, esos mandatarios se dedican sistemáticamente a violar las Constituciones nacionales, a intervenir sistemáticamente en otros países, y a mantener un clima insurreccional fuera de sus fronteras”. Por esto, “los analistas deberán reflexionar sobre los acontecimientos de Honduras con una lente más fina que aplicarle el simple análisis de la defensa del ‘presidente democráticamente electo’”. En efecto, “la iniciativa que acaban de realizar las Fuerzas Armadas hondureñas es un gesto inédito en la historia del continente. Por mandato del los poderes públicos intervienen y deponen al presidente en nombre de la salvaguarda de las instituciones, y por respeto a ellas, - puesto que aquel que debía ser su garante, el presidente de la República, las estaba violentando -, y le entregan el poder a los civiles”.
En el caso hondureño, la sola existencia de una cuarta urna despertaba suspicacias, afirman los defensores del golpe, agravadas por el tenso y crispado ambiente generado por las visiones divergentes sobre el camino democrático a seguir. Por muy inocuas que fueran las preguntas, e incluso no fueran vinculantes, como asegura ahora el saliente Presidente Zelaya, llama la atención la incapacidad de los decisores para no advertir lo que se avecinaba ni haber sabido tomar la temperatura ambiente de lo que ocurría efectivamente en el país. Una opción plausible es que supieran el clima y, pese a ello, hayan optado por forzar la creación de una situación revolucionaria. Sea lo que fuere, estamos en presencia de un enfrentamiento entre dos modelos de democracia, afirma el perspicaz analista progolpe.
Hasta aquí el análisis del golpe que algunos han adoptado para justificarlo. ¿Qué podemos acotar al respecto?
1. Este enfoque “novedoso” ignora olímpicamente el ordenamiento jurídico interno (cuyo objetivo esencial en cualquier país debería ser el bien común, la administración de las conflictos por vías pacíficas, mediante la difusión del poder en instituciones que juegan el papel de contrapesos mutuos, la negociación, etc.), el derecho internacional, la institucionalidad latinoamericana (incluyendo la Carta Democrática Interamericana de 2001), la historia sangrienta de los golpes militares y los logros de las dos últimas décadas en la recuperación de la democracia. Significa establecer que todas las constituciones actuales son inamovibles, y declarar bajo sospecha toda tentativa de modificarlas.
Tendremos que informar a los candidatos presidenciales chilenos (a todos) sobre este tema y que, si insisten en sus propuestas de modificar la Constitución, deben ir preparando sus pasaportes y una muda de ropa.
2. Las extensas citas anteriores dejan clara una situación: se dio el golpe por lo que Zelaya podría haber realizado eventualmente en el futuro. Dichas sospechas se fundan en el contexto de la existencia de chicos malos en la zona latinoamericana (Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua, que serían “dictaduras constitucionales”, se afirma, sin mayor esfuerzo de fundamentación). ¿“Sospechas por entorno”, podríamos llamarlas? Aquí se aplicaría netamente, según dicho análisis, aquello que decían nuestras abuelitas: dime con quién andas y te diré quién eres; más vale prevenir que curar, etc.
¿Sería ésta una nueva versión de la antigua doctrina militar de la “guerra preventiva”, acción armada que se emprende con el objetivo (real o pretextado) de repeler una ofensiva o una invasión que se percibe como inminente, o bien para ganar una ventaja estratégica en un conflicto inminente? O de lo que decían en el barrio: “el que pega primero, pega dos veces”.
O quizás el futuro ha llegado. En 1956, el autor de ciencia ficción Philip K. Dick escribió un relato corto futurista intitulado The Minority Report (llevado a la pantalla en 2002 por Steven Spielber, con el título en castellano de Sentencia previa). Tres personas con capacidades precognitivas, los Precogs, ayudan a la policía de la Unidad de Precrimen a descubrir los delitos antes de que se produzcan y a arrestar a los criminales antes que lleguen a serlo en la realidad. John, policía perteneciente a la Unidad de Precrimen, un día de servicio descubre que los precogs están prediciendo que él dentro de escasas horas acabará con la vida de una persona a la que no conoce. John escapa en un intento de demostrar su inocencia y descubrir los sucesos que le arrastrarán hacia el inexorable homicidio. En dicha sociedad y época no caben los interrogantes sobre la infalibilidad de los precogs. Así que el amigo John está jodido, no más.
Por lo visto, los golpistas de Honduras tienen sus propios precogs que, además, tienen visión geopolítica.
En este golpe militar, todavía con algo de opereta pero que podría derivar en masacre, lo importante no es Zelaya, sino el largo proceso de establecer y fortalecer la democracia en América Latina. Que esto no tienen nada de discusión académica lo demuestra la sangre derramada por los ciudadanos en las últimas décadas, incluido Chile.
PAM/
26.07.09
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